Al leer que el Papa
Francisco abre dentro de poco un Año Santo de la Misericordia, he recordado
aquel utilísimo catecismo de Ripalda, de preguntas y respuestas, en el que
aprendí de memoria las catorce obras de misericordia. Seguramente habrá gente
de mi edad que también las recuerde. Para los que la recuerden y para los que
no hayan oído hablar de ellas, puede ser útil y oportuno comentarlas.
Las dividía aquel catecismo
en dos series, las siete corporales y las siete espirituales. Las corporales
recordaban la obligación de todos los cristianos de visitar a los enfermos, dar
de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, dar posada
al peregrino, redimir al cautivo y enterrar a los muertos. Las espirituales
establecían la obligación de enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo
ha menester, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste,
sufrir con paciencia las flaquezas de nuestros prójimos y rogar a Dios por los
vivos y los muertos.
No creo que hacer tales
cosas haya pasado de moda, aunque la forma de practicarlas pueda haber
cambiado.
Visitar a los enfermos es
cosa que hacemos ocasionalmente cuando se trata de nuestros familiares o
nuestros amigos, pero cada vez hay más personas que alcanzan una vejez
necesitada no solo de visitas, sino de asistencia y cuidados permanentes, que
en otros tiempos facilitaban las familias y hoy es una prestación que exigimos del
gobierno como un aspecto más del problemático estado de bienestar prometido.
Pero aunque consigan una
plaza de residencia donde los cuiden, nuestros ancianos necesitan del contacto
frecuente con sus familiares que a veces se espacia demasiado. Hay que ser
misericordiosos para dedicarles todo el tiempo que podamos y hacerles menos
duros los años que sobrevivan arrancados del medio en que vivieron.
Sigue habiendo gente con
hambre que necesitan comer, beber, vestirse, tener una vivienda. El problema de
tantos es la falta de trabajo. La gran
obra de misericordia será hoy dar
trabajo al desempleado, ya que es más importante que una persona se gane el
sustento que tenga que mendigarlo.
Nuestro sistema económico
alterna periodos de prosperidad y de crisis y siempre hay excluidos a quienes
alimentar y es la Iglesia la que organiza comedores y pide la ayuda de la gente,
pero pienso que dar de comer al hambriento es algo más que comprar en el
supermercado unos cuantos kilos de alimentos, para entregarlos en Navidad.
Hacer una sociedad más justa y solidaria sigue siendo una tarea pendiente para
todo el que sienta misericordia de su prójimo.
Hubo tiempos en que unas
personas podían estar en cautiverio y salir de él mediante la entrega de dinero,
incluso se constituyeron órdenes religiosas para la redención de cautivos. Hoy
hay también muchas personas cautivas del alcohol, las drogas o el sexo, que
también necesitan de personas e instituciones que realicen la obra de
misericordia de redimirlos de su lamentable situación.
Enterrar a los muertos
quizás sea la obra de misericordia que hoy puede resultar innecesaria ya que,
al parecer, nadie se queda sin enterrar, pero no podemos ignorar que hay gente
que vive en la calle y que muere también en la calle, quizás porque nadie tuvo
misericordia de ellos.
En un próximo artículo
podemos reflexionar sobre las obras de misericordia que el catecismo llamaba
espirituales.
Francisco Rodríguez Barragán
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